viernes, 18 de diciembre de 2009

El FINAL

Todos los días, a las nueve menos cuarto de la mañana todos los hombres del bar de Jose se giraban para ver como se iba Rocio, como se despedía con una sonrisa y como les deseaba que pasasen un buen día.

Rocio salía y se montaba en su querida bicicleta, cuesta abajo rumbo a su biblioteca.

Nada más llegar Roció abría puertas y ventanas para que la brisa del aire y la caricia del sol llenase de vida todos los rincones, todos los libros. Roció rapidamente se ponía a trabajar, actualizar archivos, colocar los ultimos libros devueltos, revisar que los prestamos estuviesen en orden. Para así tener tiempo para hacer lo que a ella le gustaba: A Rocio la encantaba leer, Rocio podia pasarse horas enteras leyendo. Había leído y releído todos los libros de su alrededor. Pero a Rocio más que leer le gustaba ver leer. Si Rocio disfrutaba mirando como leía la gente, y como los personajes de los libros despertaban y recorrían su pequeña biblioteca.

De pronto llegó un extranjero que debajo de una baldosa plantó una semilla. Una planta brota hasta el cielo. Desde el horizonte se acerca un ejército de hombres rojos preparados para abrir fuego contra el enemigo, pero de repente una niña interrumpe la batalla y todos empiezan a buscar su perdida canica. De la planta bajan buscadores de oro con las manos vacias, y a través de la ventana el viento tararea la canción de una moza que lava en el rio mientras espera que vuelva su caballero andante. Las estanterias se transforman en molinos y los molinos la imaginación transforma en gigantes. La luz de un faro ilumina la batalla, mientras el farero pinta en una de las paredes al sol escondiéndose tras una playa.

Los personajes volvieron un momento a sus libros, la puerta de la biblioteca se había abierto. Entro un olor, y tras el olor una sonrisa y con la sonrisa un hombre. El corazón de Rocio dio un vuelco, porque el hombre se sentó en un rincón y simplemente se puso a mirar como leía la gente.

En el centro de la biblioteca aparece de repente una bruja, y un soldadito prepara su mochila para salir a buscar a su amada y un ratón intenta hacer reir a una princesa


Un día el hombre, confundiéndose entre aquellos personajes, se levantó y acarició uno de los libros. Rocio le miraba. El hombre coguió un libro con dos dedos miro alrededor comprobó que nadie le mirase y con un disimulo indiscriptible guardo aquel libro en uno de sus bolsillos. Coguió otro y en una decima de segundo lo había introducio en su pequeña mochila. Coguió otro, hizo como si lo leyera y zas lo guardó debajo de la manga.

Rocio nunca había visto un ladrón con tanto arte, nadie en la biblioteca se había percatado del delito. Bueno ella sí, pero no contaba porque ella no le había quitado ojo. Que maravilla, que naturalidad, que movimientos.

El hombre se fue y con el su sonrisa, su olor y los libros de Rocio.
Aquel hombre le había robado.

Pero Rocio descarto ese pensamiento, seguramente aquel hombre simplemente había cogido prestado sus libros para que sus personajes pudieran conocer el mar, la montaña, pudieran contar sus historias a otras gentes y así en no más de quince días, el tiempo máximo de prestamo, el hombre devolvería los libros a su lugar.

El quinceavo día, la puerta de la biblioteca se abrió, entro un olor, trás el olor una sonrisa y con la sonrisa un hombre. Uno a uno dejo los libros en la estantería y se marchó.

Rocio se acercó a ver si estaban todos. Debía de faltar uno porque en la estantería ahora sobraba un pequeño hueco. Rocio fue viendo los títulos para saber de cuál se trataba, pero Rocio se extraño al percatarse de que estaban todos. Mejor así.

Rocio no pudo esperar y cogió uno de los libros y empezo a leer. Rocio no podía levantar la vista del libro a medida que se acercaba el final Rocio estaba más entusiasmada. Pero no había final, lo habían robado. Aquel hombre había robado los finales de todos sus libros.

Ahora no cabía lugar a dudas, aquel hombre era un ladrón, un ladrón de finales. Era… maravilloso. Ahora que los libros no tenían final cada uno podía imaginar su propio final, aquel hombre no le había robado, sino todo lo contrario le había regalado millones de finales.

La puerta de la biblioteca se abrió, entro el olor, tras el olor una sonrisa y con la sonrisa un hombre. Por primera vez Rocio le hablo y le dijo….

Esperad esta es la historia de Rocio y lo último que quedría Rocio es que su historia tuviera un final.